martes, 26 de agosto de 2008

Crítica a La fiesta, de Javier Rey González


Enlace: La fiesta, de Javier Rey González

Estoy desolada, hastiada, hundida, perdida, recónditamente olvidada. Necesito escuchar grandes canciones o perderme en alguna isla paradisíaca con algún mancebo de torneado torso, de manos tan rudas como tiernas, que me acunen y me lleven hacia el mejor orgasmo de mi vida, porque la vida es una broma, y como no tengo fuerzas para reírme sólo me queda el consuelo ya ni del amor, sino tan sólo de follar.

Porque jodida me he quedado cuando he leído el infame relato ganador del V Certamen universitario de Relato Corto: Jóvenes talentos Booket, Ámbito cultural, Gaceta uiversitaria, que se convocó a finales de 2007.

El premio eran seis mil jugosos pavos, increíble, y hablamos de Booket, que es de la editorial Planeta. Y más muerta me he quedado cuando he leído quienes eran los componentes del jurado que, a buen seguro, o no han leído semejante atentado contra la estética, o estaban borrachos en mi bar favorito de Chueca, o tenían una envidia tan atroz de quien tenía talento que directamente decidieron premiar la mediocridad.

Porque “La fiesta” es un relato pésimo: lleno de tópicos, de personajes planos, de falta de inteligencia a la hora de plantear la narrativa, de diálogos que rayan lo inverosímil, de arquetipos más artificiales que Latoya Jackson, y encima, para rematar, es una historia moralista de esas que te hacen dar una homérica arcada cuando consigues acabar su lectura tras muchos esfuerzos por terminarla.

Porque he visto películas porno más profundas, y su autor ni siquiera sabe lo que es tener sentido del ritmo.

“La fiesta” pretende ser un homenaje a las historias de Agatha Christie, un recorrido por obras literarias aún más tópicas, ya sabéis nenes, de esas que se estudian en el instituto no sea que le vayan a tachar de excéntrico por leer a autores que no estén en el catálogo de Círculo de lectores de Las 100 obras de la literatura universal, y con un mensaje final en plan “Seven” que pretende desvelarnos, con toda la ampulosa pretenciosidad del mundo en qué consisten nuestros pecados humanos, trazados a través de personajes absurdos donde da hasta risa su incapacidad para describir la frivolidad femenina sin caer en tópicos que, de ser mujer, me harían reírme a carcajada limpia por su vacío, y no de la descrita, sino de quien describe.

Al cerrar ese primer cuento, tuve que tomarme unas sales, llamé a urgencias, me sentí como una Amanda Gris totalmente desprotegida ante un mundo en el que sólo se premia lo malo, se ensalza lo mediocre, y se brinda por el morbo gratuito.

Yo era una frágil ninfa que se había perdido en un mundo de Oz rotundamente pervertido y pérfido donde todo lo grotesco, lo zafio, lo feo, lo vulgar, se premia, se vende como quien regala sugus en la puerta del colegio, y donde la belleza es desterrada a paisajes remotos que se descubrirán, en el más casual de los casos, cuando el autor haya muerto y alguien traicione su testamento.

Si no fuera tan triste me reiría, si no fuera yo misma tan emperatriz y me manchara mis ochenta mejores camisas que no combinan con el rojo putón, me habría suicidado.

Pero como soy una reina, tiemblo de desprecio hasta con dignidad, y quizá hasta me ría cuando el estupor se me haya pasado y el sexo con quien me recuerde a Paul Newman me lleve justo al lado opuesto, donde me pierda en sus ojos, en su torso, y en la infinita dureza de su entrepierna clavándose en todas mis heridas.

lunes, 11 de agosto de 2008

Freaks


Una vez creé un monstruo: tenía grandes tentáculos y una boca enorme. Cuando hablaba tronaban los cielos, la tierra se abría como ojos que despiertan y todo el temblor del mundo le hacía sentir grande.

Lo fascinante de los monstruos es que venden por encima de todo lo que no lo es. Podríamos decir que los monstruos son la cara extrema de la belleza, lo que está al otro lado (ni más alto ni más bajo, sino a la par) de lo que es sublime.

Si pensamos en La guerra de las galaxias, la quinta esencia de toda la saga es Darth Vader. Si pensamos en El silencio de los corderos, Clarice queda en un segundo plano para que Hanibal Lecter le robe el protagonismo y todas las secuelas. En el cine clásico Frizt Lang creó al mayor de los bastardos: el Doctor Mabuse, y después a M, el más impresionante Peter Lorre de todos los tiempos.

Las mujeres fatales en el cine acaban resultando increíblemente arrebatadoras. Mi monstruo fascinaba a las mujeres: se excitaban, enloquecían, y sentían a su misma vez el viejo miedo de la excitación entre sus piernas y el de cruzar el umbral de lo prohibido.

Drácula, Frankenstein, Jack el Destripador, incluso otros asesinos en serie como El Estrangulador de Boston, o la tarada Condesa sangrienta que obsesionada con la eterna juventud hacía sacrificar vírgenes para bañarse en su sangre, fascinan.

Guilles de Rais se obsesionó con Juana de Arco, y la buscó en todos sus crímenes, la mató tantas veces como pudo ser capaz. Y como nunca pudo tenerla, siempre le quedaría el asesinato en cuerpos de otras. ¿No es poético que te amen tanto que quieran asesinarte, y que a su vez, en un desesperado acto de amor, no seas tú la víctima, sino el espejo de lo que eres?

Si leen esto desde su estrechez moral me condenarán. Serán como la misma inquisición que condenó a Galileo. Serán los mismos que dijeron que había armas de destrucción masiva en Irak; los mismos que le dirían a alguien “Te quiero” sabiendo que todo se acabó hace tiempo.

Los monstruos son aterradoramente bellos, fascinantes, seductores: ¿Quién no ha sentido fascinación por la voz espectral de Bela Lugosi o por la grandilocuente locura del Joker en El caballero oscuro? ¿Quién no querría sentir el éxtasis mortecino y enfermizo del sexo arrugando la piel, los gemidos, el vello del pubis excitado y mojado, de las Lunas de hiel de Polanski?

En algún lugar alguien muere, en el mismo microsegundo, alguien se corre. Es fascinante la grandeza de la moneda que gira y gira sin parar, haciendo que la suerte se reparta en un extremo y en otro.

Fortuna y desgracia. Placer y dolor. Agonía y éxtasis. Vida y muerte.

Sí: el mundo es un lugar oscuro.

Una vez creé un monstruo, y al escuchar esto, lo comprendí todo: los monstruos son ustedes, nunca entenderán la belleza. Lo que es peor: nunca apreciarán el exquisito manjar de su fealdad.

Me asomo al balcón: una vez creé a un monstruo.

El mundo arde.

sábado, 2 de agosto de 2008

Crítica a El alma disponible (por Profesor Supongo)

Enlace: El alma disponible

Hay blogs que van recorriendo de un lugar a otro por parajes inhóspitos, pasiones profundas como aquellas raíces en las que Alan Ladd terminó por azar. ¿Porque no es el azar acaso lo que nos acaba clavando en un sitio donde inevitablemente echamos raíces? Es sólo que estas, en la blogosfera, son secretas, y en no pocas ocasiones, aparentemente inexistentes.

"El alma disponible" es un título cursi para un blog que tiene de todo menos eso: cursilería. Lleno de pasiones por otros recorre mil y un poemas que envidiaría Scheherezade si el sultán estuviera interesado en otros asuntos que no fueran los puramente eróticos. Su autora, una más que atractiva (y deseable) mujer con un gusto más que exquisito, nos adentra en la generosidad de los poetas, vivos y muertos, conocidos y desconocidos, como cantantes acaso de un local de mala muerte donde se reparten a partes desiguales cerveza y versos, desgarros y amores, la levedad existencial frente a la locura que significa escribir.

Ana Pérez Cañamares no es sin embargo una gran escritora: sus poemas están bien escritos, conoce la técnica y los entresijos de la estética, pero carecen de toda esa descabalada locura, perdida, que hace del arte un sublime misterio.

Eso no quita el interés que despierta su blog, porque ojalá existieran más así.

Los escritores están para que los encierren, y seguro que como Carver (o como su editor, vayan ustedes a saber), aprovecharían ese encierro para escribir sobre las celdas, sus barrotes, y toda clase de chaladuras a lo Burroughs, ya saben, el tipo que quiso matar el lenguaje y que nació el mismo día que yo pero de otro año.

Con blogs así los poetas nunca mueren. Es posible que al lector más vulgar de esta blogosfera le interese poco o nada poemas de calidad, y no me refiero a toda esa bazofia escalofriante de tipos y tipas que deberían ser analfabetos para que dejen de torturarnos con sus soniquetes, sus rimas mal copiadas, y sus sentimentalismos de novela barata. Me refiero a otra clase de poesía: esa que despeina a Al Pacino en El padrino II cuando regresa a la Sicilia natal de sus antepasados, a esa que tiene el sabor de una Italia tan ancestral que sólo un poeta (uno de verdad, no un hijo bastardo) puede describir con la intensidad y el sabor de quien nunca se marchó de allí y que, sin embargo, jamás estuvo.

Leo este blog desde tiempos inmemoriales, casi siempre en silencio. Es como si lo amara.

Diría que deberían existir más así, pero: ¿y si todo el mundo fuera bello, si todos tuviéramos talento, si todos, por igual, fuéramos dioses?

Quizá no existirían críticos, y quizá la belleza estaría muerta.